domingo, 25 de abril de 2010

¿Dónde has aprendido esa absurda facilidad que tienes para revivirme?

A las sonrisas
y a esta manera que tienes
de reirte de la vida
CONMIGO...


Te enamoras en el autobús. El mismo trayecto, la misma hora. Sin embargo, ella sólo aparece una vez. Cuando imaginas una vida detrás de terremotos, guerras o volcanes en erupción. Una vida que puede, también, estar llena de conflictos. Y quieres participar en ellos, no tienes miedo. Conocer. Apartar el periódico y decir “te invito a un café”. Y hacer del café un mundo, una historia. Repetirle incoherencias a la almohada. “Mamá y yo nos conocimos en un autobús”. Pero ahora, ella, sólo es la chica del autobús. Es la chica de la guitarra. O de la funda de la guitarra. Que, quizás, está vacía. Y quieres imaginar qué hay dentro, cómo suenan sus cuerdas o cuantas veces se asegura de que está bien afinada. Seguro que sonríe. Sonreirá mientras toca. O eso quieres pensar. Pensar que es perfecta, sin saber siquiera si lo es. Imaginas. La imaginas con el pelo liso, recogido, suelto, ondulado. La imaginas de fiesta, dormida, en la ducha, estudiando. La imaginas destrozándote la piel de las manos, las uñas. Destrozando las noches. Pero lo único que recuerdas es ella, con vaqueros, leyendo la sección de economía de uno de esos periódicos gratuitos que regalan en la universidad. Quizás estudia económicas. Y la buscas. Ya sabes de cotización en bolsa, dividendos. Por si aparece. Si reaparece. Así, al menos habrá algo de qué hablar. Ya sabes todo de economía. Porque el amor es así. Capaz de cambiar la religión, la política, las manías. Sus manías. Puede que le guste la poesía y recite a Bécquer por teléfono. Quizás canta en la ducha. O no. Pero te gustaría que fuese así. Que ella sepa de memoria las letras de tus canciones si le cantas al oído. O que, por su cumpleaños, pida un amplificador del que se enamoró en el cash converter. Ríes. Te estás volviendo idiota. Ella no está. Sería perfecto que lloviese y corriese a ti, aferrándose a tu brazo, invitándote a la playa. No está. O no sabes reconocerla. Porque eres incapaz de desvestirla y revestirla con la mente, como antes. No sabes imaginarla seria, enfadada, cansada, y has descartado todas las que no sonríen. . Muerdes el borde de la mesa y a la mierda la ilusión. Gastas uno a uno los cigarros (sin deseos). Y quieres pensar que no merece la pena, que no debe ser buena compañía. Has garabateado todos los márgenes de los libros y las has imaginado dentro de las películas que papá esconde en el cajón con llave. Estás loco. Sí, completamente loco. Has mordido uno a uno los bolígrafos pero ya no hay poesía. Ya no está ella. Y sale en las noticias. Y te la encuentras por la calle, en un semáforo, dentro de un coche, en la parada del autobús que ya has pasado. No, no es ella. Nunca es ella. Has redecorado tu habitación. Has inventado un ritmo, un álbum de canciones con sus ojos. Te convences.

Pero hoy ni piensas. Es tu día. Tocas un solo de Lep Zeppelin. Es tu solo. Dicen que es el concierto de tu vida. Has conseguido el solo. Te has rendido a las cuerdas de una guitarra, a un público que grita. Y está ahí. También disfruta. Mira tus manos. Aparece y reaparece entre la gente, desordena las notas, se apodera de las cuerdas, de tu canción y del concierto de tu vida. Sonríes.

-Mamá y yo nos conocimos en un concierto.

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